2004

      Sí, supongo que ya nos hemos acostumbrado a escuchar cómo suena el 2000, pero... ¿y a su ritmo? Porque desde luego cada vez estamos condenados a sufrir mayor velocidad.

      Que si las nuevas TIC, que si la Sociedad de la Información, la Economía del Conocimiento, el trabajo en la red.... en fin que o nos ponemos las pilas o llegamos tarde. Tarde, sí, casi tarde me tomé las uvas, porque entre que las tenía que pelar y quitar los huesitos. Y la televisión poniéndome a cien diez minutos antes de las doce: Que faltan nueve minutos, y al minuto:::.¡Que faltan ocho! Bueno, así hasta que llegaron a las doce. Después te explican que vienen los cuartos (como cuando compras a cuartos los pollos) y ¡que no se te ocurra equivocarte! Espera a los ding dong espaciados, contundentes que anuncian el cambio de año (pese a ser las mismas campanadas de cada día) Yo terminé estresada y comencé agobiada porque, no sé si os habéis parado a pensar: nos imponen el ritmo hasta para recibir el año y debemos tomar las uvas el ritmo de esas doce campanadas (¡y no mastiques más de la cuenta!)....momento que se hace eterno, porque creemos que no lo conseguiremos. Además que esa noche, por lo general, se cena demasiado, se bebe alegremente y claro a la hora de la verdad, cuando debemos tomarnos las uvas para entrar con buen pie... muchos no sabemos ni contar.

      Y por fin estamos en el 2004, ya más sosegados después de nochevieja y conscientes de que todo sigue igual. Tras unos días de vacaciones: trabajo, estudios, amigos y para no perder la costumbre: algún que otro problema. Problema el que tuve yo porque me cayó el gordo del sorteo de Navidad... cuando me acerqué a la mesilla y vi que el número premiado era calcado al mío, sí a ese que, para que no se me olvidase, apunté en un papel, casi me da algo. No sabía qué hacer con el dinero: ¿o fugarme a una isla desierta, o dar la vuelta al mundo, o comprarme una casa en un acantilado. En fin, el problema llegó cuando no encontraba el décimo. Entonces sí que di vueltas pero de campana y me estiré de los pelos. Era millonaria pero no lo podía probar. Nada más enterarme de la buena nueva había salido de casa como posesa y empecé a gastar. Había ido de compras, compras exageradas y despilfarrado en comidas suculentas y ahora sí, cuando me llegase la Visa, sí que tenía yo un gordo encima. Un marrón muy gordo porque me había pasado tres pueblos!!!! Y es que uno no puede ser tan confiado. ¿Dónde estaba el décimo? Simplemente apunté el número en un papel... no recordaba más.... aunque de repente me acordé, pese a ser ya tarde: jamás tuve un décimo de ese número, fue una prueba que hice, un número que soñé y después anoté en un papel para después comprobar lo absurdo de los sueños.

Felices sueños, feliz año nuevo.


Cristina Martínez